En la vida y en el mundo, parecen existir todo tipo de personas y relaciones. Todos los seres humanos construimos una representación del mundo alrededor de nuestra propia vida, sobre la cual esmeramos encontrar un sentido que nos oriente, nos diga que nos gusta, que no nos gusta, qué queremos y cómo lo queremos, para así apropiarnos de ella. Cada una de estas representaciones es única, irrepetible, surgen en relación a una historia que nunca va a ser igual a otra, y a partir de esa individualidad nos movemos a encontrarnos, pues sabemos que dependemos los unos de los otros para lograr la satisfacción de todo tipo de deseos y necesidades: biológicas, intelectuales, sexuales, afectivas, simples caprichos inexplicables, u otras de cualquier naturaleza. También son experiencias transversales al ser humano.
La manera como cada persona vive estos procesos de encuentro, se construye con una maleta llena de aprendizajes, decisiones, influencias, eventos inesperados o simplemente porque en algunos casos así es la naturaleza del ser humano. Estos aprendizajes en muchos casos son pura basurita y la vida nos va retando con situaciones para que tomemos la decisión de simplemente descartarlos y eliminarlos de la papelera de reciclaje (No se trata de olvidar, se trata de transformar el estilo con el que nos relacionamos con nuestra experiencia de vida). En otros casos, son útiles, cambian vidas, e incluso pueden impactar positivamente así sea un a poquito la humanidad. Sea cual sea el caso, todas las anteriores, incluyendo las primeras, son fuente potencial de crecimiento y sabiduría para la vida, si se sabe hacer la lectura más adecuada de cada experiencia.
Desde esta perspectiva, uno puede ver gente errática, literalmente torpe en la forma de relacionarse con el mundo y consigo mismos, agresiva, cínica, con tendencias cíclicas a cometer los mismos errores sin siquiera darse cuenta. También existen personas increíbles, creativas al extremo y que, a pesar de las estupideces que comete la humanidad como especie, la hacen brillar como nunca: Metallica componiendo el Master of Puppets, García Márquez escribiendo Cien Años de Soledad, los niños que bailan salsa en las escuelas de Cali casi desde que eran casi feticos, Steve Jobs en su discurso en la universidad de Stanford, el cine en 3D, el entendimiento de Carl Rogers del ser humano en El proceso de convertirse en persona, entre un montón de otros ejemplos que se acaba “Word” primero, antes de nombrarlos a todos.
El objetivo de todo lo que acabo de enunciar, es compartir dos aprendizajes significativos que he tenido en este último año que indudablemente permiten un contacto más armonioso, saludable y constructivo en nuestras relaciones con el mundo, los demás y uno mismo. El primero, la respiración es la conexión inmediata con nuestro presente inmediato, y el presente inmediato es lo que realmente es nuestro y en lo que inmediatamente podemos influenciar. Nuestra mente muchas veces está en el pasado o en el futuro resolviendo hechos o fantasías, con el ánimo de brindarnos la sensación de calma que brinda el entendimiento. Esto en algunos casos es necesario o más bien funcional para ciertas tareas; las cuales no obstante deben resolverse también en el presente. Prestar atención a nuestra respiración, decir pausa a lo que nos estamos diciendo internamente, y dedicarse un periodo breve de tiempo simplemente a atender la experiencia de respirar y respirar; permite sentir mejor la vida; escucharla mejor, descifrarla mejor, ver sus colores naturales, movernos mejor. No se trata de obsesionarnos con nuestra respiración, parte de su magia está en que la mayor parte del tiempo es automática e involuntaria. Se trata de respetarla, entenderla, y apreciarla en su sabiduría como el origen de nuestra vida un ratico. La respiración es sin duda mil veces más sabia que el pensamiento. Sin la respiración no seríamos nada, y sus utilidades (psicológicas, espirituales, físicas) ya han sido documentadas por muchos en muchas épocas y contextos.
El segundo aprendizaje es: nada cómo tener un filtro de amor incondicional por uno mismo frente a la experiencia de vida. A veces no nos damos cuenta, pero internamente tenemos cazada una batalla interna, que se detona como respuesta a sensaciones de frustración en nuestro intento de lograr nuestros objetivos de vida: la lucha por la perfección, por la creatividad, el deseo de aceptación social, de lucrarnos económicamente, por aprender, por ayudar a los demás, cambiar el mundo, aportar al desarrollo de la sociedad, etc. Los objetivos en sí mismos son humanos, genuinos, y son positivos pues permiten que nos movilicemos, pero en muchas ocasiones respondemos y nos acercamos a ellos con tensión y desgaste. Bien. Pues aprendí que la experiencia de vida funciona y logra aclarar notablemente el sentido de sus enseñanzas, si simplemente nos relacionamos con los demás y con lo que nos sucede con un filtro incondicional de amor por uno mismo, que purifica la energía de lo que nos llega y lo que generamos. No es un amor romántico, no es un amor idílico, no es un egocentrismo disfrazado de amor; es un filtro de aceptación y autocuidado incondicional. Lo anterior es fuente de bienestar seguro, permite tomar decisiones más adecuadas y serenas; debe ser una experiencia genuina, más emocional que intelectual.
Las anteriores reflexiones no son nada nuevas, pero hoy en día cobran más sentido que nunca. Invito a la humanidad a atender su respiración y a filtrar sus experiencias con un amor incondicional por sí mismos. Es hora de volver a lo básico, para resolver el presente. El cambio empieza por uno mismo.